Hablar de cómo los niños aprenden y se relacionan con el mundo implica entender los procesos de sentir y percibir. Estas dos funciones, aparentemente simples, son en realidad la base de todo aprendizaje, de las emociones y del desarrollo cognitivo.
Desde el primer día de vida, un bebé siente el calor del cuerpo de su madre, la textura de una manta o el sonido de una voz familiar. Pero no es hasta más adelante, cuando su cerebro madura, que empieza a percibir lo que esos estímulos significan. Esa diferencia entre sentir y percibir es lo que transforma una sensación física en una experiencia con sentido.
En la infancia, este proceso es fascinante: el cerebro está constantemente interpretando señales del entorno, construyendo esquemas, comparando, asociando y aprendiendo. Entender esta diferencia nos ayuda a acompañar mejor a los niños en su crecimiento, sin exigirles interpretaciones o reacciones que aún no son capaces de realizar.
Sentir y percibir: dos funciones distintas que trabajan juntas
Para los adultos, sentir y percibir parecen ocurrir al mismo tiempo, pero en realidad son dos fases distintas del mismo proceso.
- Sentir es recibir la información del entorno a través de los sentidos. Es una función biológica: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto captan los estímulos.
- Percibir es un proceso psicológico y cognitivo: el cerebro interpreta esa información, le da significado y la relaciona con experiencias previas.
Un niño pequeño puede sentir la música -oír una melodía, notar el ritmo-, pero percibir que esa música le alegra o le relaja requiere experiencia y desarrollo neuronal.
En palabras simples: sentir es captar el mundo, percibir es comprenderlo.

Cómo evoluciona la capacidad de sentir y percibir en la infancia
Durante los primeros años de vida, la relación entre sentir y percibir cambia rápidamente.
El cerebro infantil todavía no tiene la madurez suficiente para integrar todos los estímulos que llegan del entorno, así que lo hace poco a poco.
Imaginemos una clase de infantil:
- Hay luces, sonidos, voces, movimiento.
- Un niño toca la plastilina y siente su textura fría y blanda.
- Otro percibe ese mismo objeto como “divertido”, “pegajoso” o incluso “molesto”.
Ambos han sentido lo mismo, pero su percepción —la interpretación que hacen— es completamente distinta.
Esta diferencia se debe a que la percepción depende de las experiencias previas, de las emociones, del nivel de atención y de la madurez cognitiva.
Recordemos que, según la teoría de la estimulación cognitiva, la percepción selecciona, interpreta y corrige las sensaciones. Es decir, el niño no percibe todo lo que siente, sino solo aquello que su cerebro considera relevante o significativo.
Los sentidos como puerta de entrada al aprendizaje
Cuando un niño toca, escucha, observa o saborea, está desarrollando mucho más que habilidades sensoriales: está construyendo su comprensión del mundo.
Por ejemplo:
- El tacto le enseña las diferencias entre lo suave y lo rugoso, lo caliente y lo frío.
- La vista le permite reconocer formas, colores y movimientos.
- El oído afina su atención auditiva, base para el lenguaje.
- El olfato y el gusto conectan emociones con recuerdos.
Cada una de estas experiencias sensoriales fortalece las redes neuronales que sostienen la capacidad de sentir y percibir. Por eso, los entornos ricos en estímulos (pero no saturados) son tan valiosos en la educación infantil.
Cómo estimular la capacidad de sentir y percibir en casa o en el aula
Favorecer el desarrollo de sentir y percibir implica ofrecer experiencias variadas, seguras y con sentido. Algunas ideas:
- Jugar con materiales naturales: arena, hojas, piedras, agua.

- Proponer actividades artísticas con diferentes texturas y colores.
- Usar música y movimiento para trabajar ritmo, atención y coordinación.
- Fomentar el silencio y la observación consciente.
Estas experiencias ayudan a los niños a ordenar la información sensorial y emocional, y a construir una percepción más equilibrada del entorno.
En resumen
La diferencia entre sentir y percibir nos recuerda que el desarrollo infantil es mucho más que adquirir conocimientos: es aprender a comprender el mundo a través de los sentidos.
Cuando acompañamos sus descubrimientos con paciencia y respeto, permitimos que cada niño desarrolle su propia manera de percibir, interpretar y disfrutar la realidad.