👉 Fuente: La Vanguardia
Investigaciones recientes subrayan cómo la presión biológica, psicológica y ambiental que sufren los cuidadores impacta directamente en la arquitectura cerebral y las capacidades cognitivas de los niños en sus primeros años de vida, un periodo de máxima susceptibilidad.
Numerosas investigaciones científicas están arrojando luz sobre un factor crucial y a menudo subestimado en el desarrollo de la primera infancia: el estrés parental. Durante los primeros años, el cerebro infantil se encuentra en una fase de desarrollo exponencial, altamente susceptible a los factores biológicos, psicológicos y ambientales de su entorno.
Es en este contexto donde la estabilidad emocional de los cuidadores, especialmente la madre y el padre, se revela como un cimiento indispensable para que el desarrollo intelectual y emocional del menor se produzca de forma adecuada.
El estrés crónico en los adultos puede alterar el entorno de crianza, afectando la calidad de la interacción y la capacidad de respuesta sensible.
El cerebro en construcción: una ventana de oportunidad
El desarrollo infantil temprano se caracteriza por los llamados «periodos sensibles», ventanas de tiempo en las que el cerebro está especialmente predispuesto a adquirir ciertas habilidades o a ser moldeado por el entorno. Si el estrés de los padres es constante o elevado (lo que se denomina estrés tóxico), puede provocar una liberación desregulada de hormonas como el cortisol en el menor.
Investigaciones en neurodesarrollo, como las que evalúan los niveles de cortisol, sugieren que la exposición prolongada a este ambiente de tensión afecta negativamente los circuitos neuronales, poniendo en riesgo el desarrollo de funciones ejecutivas clave como la autorregulación, la memoria de trabajo y la flexibilidad cognitiva. Aunque los niños no entiendan la causa de la preocupación adulta, sí perciben y absorben la atmósfera emocional del hogar.
El impacto del estrés tóxico en el apego
El pilar de todo desarrollo emocional y social saludable es el apego seguro, que se forma a partir de interacciones constantes, predecibles y sensibles entre el cuidador y el niño.
Un cuidador bajo estrés crónico, cuyo estado se puede medir con herramientas como el Índice de Estrés Parental (PSI) desarrollado por Richard Abidin, puede volverse menos disponible, menos reactivo o más inconsistente en sus respuestas. Esta inconsistencia dificulta que el niño construya un modelo interno de seguridad y confianza.
Estudios contextuales, como el realizado por Betancourt-Ocampo, Riva-Altamirano y Chedraui-Budib (2021) durante la pandemia, han validado que el estrés parental elevado está asociado a un aumento en los problemas emocionales y conductuales de los niños.
Organismos internacionales insisten en que cuidar la salud mental de los padres no es un lujo, sino una estrategia esencial de política educativa y de salud pública para garantizar los derechos y el desarrollo óptimo de la infancia. La crianza positiva, en este sentido, requiere primero el autocuidado del adulto.
Recursos y metodologías complementarias:
- En tiempos de estrés, haz lo que importa: Una guía ilustrada, Organización Mundial de la Salud (OMS).
- Cómo reducir el estrés en madres, padres y cuidadores, UNICEF.
- Aliviando el estrés infantil, Institutos Nacionales de Salud (NIH).
