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👉 Fuente: Infobae
Un estudio reciente advierte de que la impulsividad de madres y padres no impacta de la misma forma en niños y niñas, con implicaciones directas en la crianza, la regulación emocional y el desarrollo socioeducativo.
Qué se entiende por impulsividad en la crianza
La impulsividad parental se refiere a respuestas rápidas, poco reflexivas o emocionalmente reactivas ante situaciones cotidianas de la crianza: desde corregir una conducta sin pensar en alternativas hasta tomar decisiones educativas sin evaluar consecuencias. En psicología del desarrollo, este rasgo se vincula con la autorregulación adulta y con el modelado que reciben los menores.
Cuando estas respuestas se repiten en el tiempo, los niños aprenden no solo lo que se les dice, sino cómo se gestiona el conflicto, la frustración o el error. Por eso, la impulsividad no es un detalle menor, sino un factor ambiental con peso educativo y emocional.
Diferencias en el impacto según el progenitor
El trabajo analizado señala que la impulsividad no se transmite de forma neutra. El efecto varía según si procede de la madre o del padre, y también según el sexo del menor. Estas diferencias no responden a una jerarquía afectiva, sino a roles relacionales y expectativas sociales que aún influyen en la crianza.
Desde la psicología evolutiva se explica que los niños y niñas interpretan y procesan de forma distinta los comportamientos de cada figura adulta, especialmente cuando una de ellas asume mayor presencia en el cuidado diario o en la disciplina. Esto puede amplificar o amortiguar el impacto de conductas impulsivas.
Consecuencias observadas en el desarrollo infantil
Los investigadores relacionan la impulsividad parental con dificultades en la autorregulación emocional, mayor tendencia a la impulsividad infantil y problemas de conducta, aunque el grado y la forma cambian según el contexto familiar.
En el ámbito educativo, estas dinámicas pueden reflejarse en:
- Menor tolerancia a la frustración en el aula.
- Dificultades para seguir normas y rutinas.
- Respuestas emocionales intensas ante límites o evaluaciones.
No se trata de efectos automáticos ni deterministas, sino de riesgos que aumentan cuando no hay compensación con estilos educativos más reflexivos y coherentes.
Qué pueden hacer las familias
La buena noticia es que la impulsividad no es un rasgo fijo. La evidencia en educación emocional y parentalidad positiva muestra que puede trabajarse y reducir su impacto con estrategias concretas:
- Pausar antes de reaccionar, incluso unos segundos, para decidir cómo intervenir.
- Anticipar situaciones conflictivas y acordar respuestas educativas coherentes entre adultos.
- Modelar verbalmente la autorregulación, explicando cómo se gestionan emociones y errores.
- Cuidar el bienestar adulto, ya que el estrés y la falta de descanso aumentan la reactividad.
Estas acciones no solo protegen el desarrollo infantil, sino que mejoran la convivencia familiar y la conciliación emocional en el día a día.
Una mirada más amplia sobre la corresponsabilidad
El estudio invita a reflexionar sobre la crianza desde una perspectiva compartida. La educación emocional no recae en una sola figura, y comprender cómo influyen madres y padres de manera distinta ayuda a diseñar entornos más equilibrados para la infancia.
Hablar de impulsividad no es señalar errores, sino entender procesos humanos que, con apoyo y conciencia, pueden transformarse en oportunidades educativas.
Recursos complementarios
- Guía de Buenas Prácticas en Parentalidad Positiva, Federación Española de Municipios y Provincias y Ministerio de Sanidad.
- Guía para promover una parentalidad positiva : estrategias educativas de apoyo para padres y madres con hijos e hijas entre 0-12 años de edad, RedINEd.
- Emotional self-regulation and alternatives to eliminate violence in parenting: Guide for parents and caregivers during the early childhood, UNICEF.
