👉 Fuente: Xataka
La neurociencia confirma el impacto negativo de las discusiones intensas y frecuentes entre los padres en el desarrollo emocional de los hijos
El problema no reside en tener desacuerdos, sino en la falta de resolución constructiva y en la intensidad del conflicto. Un ambiente familiar con tensión sostenida puede provocar ansiedad infantil, baja autoestima y dificultades en la regulación emocional.
La mente de un niño, especialmente en los primeros años, opera bajo un pensamiento egocéntrico (como definió Jean Piaget). Esto significa que tienden a creer que son los responsables de lo que ocurre a su alrededor, incluyendo las peleas de sus padres.
Esta autoculpa puede ser devastadora para la autoestima y la seguridad del menor. Los conflictos intensos y no resueltos afectan la capacidad de los hijos para regular sus propias emociones, como señalan expertos de la Universidad de Notre Dame.
Lo que dice el cerebro: el secuestro emocional
Desde la neurociencia, la explicación es biológica y muy clara. Cuando el niño es testigo de una discusión con gritos o agresividad, su cerebro activa con fuerza la amígdala, el centro que procesa el miedo y las emociones. En los adultos, el córtex prefrontal actúa como un freno para reducir esta actividad.
Sin embargo, en el cerebro en desarrollo del niño, ese freno aún no está maduro. El pequeño se encuentra en un estado de estrés y angustia que no puede gestionar por sí mismo. La tensión familiar constante o las discusiones «silenciosas» (como dejarse de hablar) generan una huella de inseguridad que, a largo plazo, se puede manifestar como miedos recurrentes, problemas de sueño o conductas agresivas.
La clave: discutir con respeto y resolver
La solución no es pretender que nunca hay desacuerdos (algo imposible en la convivencia), sino cambiar la forma en que se gestionan. Una discusión resuelta de forma constructiva, con respeto y sin insultos, puede incluso ser un aprendizaje valioso para el niño sobre cómo se negocian los problemas.
Los psicólogos recomiendan:
- Codificar las peleas. Usar una señal para detener la discusión si el tono se eleva y el niño está presente, retomándola en privado.
- Explicar la resolución. Si hubo tensión, hablar con el niño después, asegurándole que la discusión ha terminado, que los padres se quieren y, crucialmente, que él o ella no tienen ninguna culpa.
- Modelar la autorregulación. El adulto debe esforzarse por mantenerse sereno, ofreciendo al niño un modelo de autorregulación que su cerebro aún no puede alcanzar por sí mismo.
