Enseñar a tolerar la frustración a un niño es, a mi entender, una de las tareas más difíciles que los padres se echan a la cara. Se debe conseguir que nuestros hijos se desarrollen como personas equilibradas, con capacidad de regular y gestionar sus emociones en los peores momentos. Y, créeme, la gestión emocional en niños no es moco de pavo.
Ahora bien, ¿cómo enseñar a gestionar emociones a un niño pequeño, concretamente la frustración? No se trata de evitar que se frustre (¡eso sería imposible!), sino de acompañarlo para que entienda lo que siente, sepa que es válido y aprenda a canalizarlo sin hacerse daño ni hacérselo a los demás. Como padres o educadores, nuestro papel no es apagar los fuegos emocionales, sino darle las herramientas para que, poco a poco, aprenda a gestionarlos por sí mismo. ¡Es difícil!¡Aviso!
¿Qué es la frustración infantil y por qué aparece?
La frustración en niños pequeños o frustración infantil es una emoción completamente normal. Aparece en situaciones como cuando no consiguen algo que desean, cuando pierden el control de una situación, cuando sus expectativas no se ven cumplidas o en situaciones menos esperadas como un cambio de rutina. El peque siente incomprensión, lo que se traduce en una angustia, rabia y/o tristeza que nos alberga cuando las cosas no son como esperamos.
Fijándonos en nuestros hijos, que aún no han profundizado en el ámbito social, vemos, a menudo, que sus reacciones son «exageradas». Esto no es más que la manera que tienen de expresar lo que sienten, aunque lo hagan a través de un canal que para nosotros resulte excesivo, equivocado o exagerado. Lloros, insultos, retirada de la palabra, rabietas o incluso violencia física son habituales si un niño frustrado no comienza a autorregularse.
Así, tolerar la frustración es esencial tanto para evitar estos comportamientos inadecuados como para, por supuesto, que tu hijo no sufra el malestar propio de esa incomprensión.
¿Por qué es importante enseñar a gestionar y tolerar la frustración desde pequeños?
Muchas veces nos preguntamos: ¿por qué mi hijo se frustra por todo?, y la respuesta es sencilla: porque aún no ha aprendido a gestionar esa emoción (muy compleja, dicho sea de paso). Es más, probablemente ni siquiera la comprenda del todo. Por eso, enseñar emociones a los niños es el primer paso para que desarrollen sus herramientas pensadas para mantener el equilibrio y la salud mental.
Y entre ellas, la gestión de la frustración es una de las competencias emocionales más importantes para la vida cotidiana. Aunque solemos asociarla a la edad adulta (cuando “hay que aguantarse”), lo cierto es que, como con casi todo, su base se forma durante la infancia y, cuanto antes empecemos a enseñarla, más fácil será integrar mecanismos de autorregulación emocional sanos, sólidos y duraderos.
Según diversos estudios de psicología del desarrollo —incluyendo aportes de autores como Daniel Goleman o entidades como la American Academy of Pediatrics o la Fundación Understood—, trabajar la frustración infantil desde etapas tempranas contribuye a que nuestro hijo sea una persona mucho más capaz emocionalmente.
Desarrollo emocional saludable
La frustración es una emoción inevitable. Les surge cuando algo no sale como esperaban, cuando deben esperar, perder o adaptarse a una norma que no les gusta. Si enseñamos a los niños a gestionar estas emociones desde que son pequeños, no las vivirán como un fracaso, sino como parte de su experiencia vital, no como algo negativo sino como una cosa de tantas que ocurren en la vida.
Un niño que entiende que la frustración es pasajera, que sabe detectarla, nombrarla y afrontarla sin miedo, se convertirá en un adulto emocionalmente más fuerte, empático y resiliente.
Mejora del autocontrol, la espera y la paciencia

Saber esperar, adaptarse a nuevas situaciones o tolerar que las cosas no sean como uno quiere es una habilidad fundamental tanto para la vida escolar como familiar o social. Enseñar estas capacidades desde los primeros años:
- Reduce las conductas impulsivas.
- Mejora la capacidad de negociación.
- Fortalece la tolerancia ante la espera o los errores.
¡Imagina en qué se puede trasformar todo esto! Según informes como el estudio longitudinal del Center on the Developing Child de Harvard, mejora, incluso el rendimiento académico y la integración social a largo plazo.
Prevención de explosiones emocionales o conductas desadaptativas
Cuando un niño no sabe tolerar la frustración, su malestar puede expresarse a través de gritos, golpes, llantos desproporcionados o incluso aislamiento. No es una mala conducta, sino una expresión de que aún no sabe qué hacer con lo que siente.
Si le enseñamos desde pequeño técnicas como respirar, pedir ayuda, parar o ponerle nombre a sus emociones, le estamos dando alternativas para canalizar su energía emocional de manera segura y positiva. Esto es clave para prevenir conflictos en casa, en clase o con otros niños.
Relaciones sociales más sanas y cooperativas al tolerar la frustración en aspectos comunes
Un niño que no tolera perder, que se enfada si no sale elegido o que abandona cuando algo le cuesta, tiene más dificultades para integrarse en juegos cooperativos o dinámicas escolares. Sin embargo, si desde pequeño aprende a manejar la frustración, podrá:
- Resolver conflictos sin recurrir al llanto o la agresión.
- Aceptar límites con mayor tranquilidad.
- Disfrutar más del proceso que del resultado.
Esto favorece un desarrollo social más saludable y reduce el riesgo de aislamiento o problemas de comportamiento.

Tolerar la frustración es base para la resiliencia futura
La resiliencia, que es la capacidad de sobreponerse a las dificultades, no se hereda: se aprende. Y la frustración es el campo de entrenamiento perfecto para ello. Cada vez que un niño se enfrenta a una pequeña decepción y es capaz de tolerar la frustración y superarla sanamente, construye seguridad interna y confianza en su capacidad para adaptarse al mundo.
Previene una baja autoestima y el sentimiento de incapacidad
Cuando un niño se frustra y no sabe cómo manejar esa emoción, no solo se enfada o llora… también puede empezar a ver su error como un defecto personal. Es decir: “si no lo consigo, es porque no soy adecuado”. Si este patrón se repite, termina asociando los fallos o imprevistos con su propia valía, y eso es, sin duda, el inicio de muchos problemas graves a futuro.
Gestionar mal la frustración puede llevarles a:
- Sentirse menos válidos o incluso incapaces.
- Evitar retos por miedo a no lograrlo.
- Desanimarse ante el primer obstáculo.
- Desarrollar una autopercepción negativa.
- Alejarse por miedo a las reacciones negativas de los otros.
Enseñarles desde pequeños que no todo está bajo su control, que a veces las cosas no salen como esperan (y no es su culpa), les permite separar el resultado de su identidad. Aprenden que fallar no significa fracasar, que cometer errores no los define como personas y que lo importante no es evitar la frustración, sino aprender a convivir con ella sin perder la confianza en sí mismos.
Esto no solo favorece una autoestima más estable, sino también una mayor disposición a intentar, insistir, corregir y volver a empezar, habilidades clave para el aprendizaje y el crecimiento personal.
No se trata de evitar que se frustren, sino de acompañarlos para que aprendan a enfrentar la frustración con herramientas útiles.
Cuanto antes lo hagamos, más natural será para ellos expresar, regular y transformar esa emoción. Porque frustrarse forma parte de la vida, pero saber qué hacer con ello marca la diferencia entre una infancia desequilibrada y una infancia emocionalmente rica y segura.
Cómo enseñar a tu hijo a tolerar la frustración (con ejemplos reales)
Entonces, «¿Cómo ayudar a mi hijo con la frustración?». Veamos qué sí hacer y, también muy importante, qué no, a la hora de intentar que los peques gestionen mejor esta desagradable sensación.
Cómo SÍ enseñar a tolerar la frustración infantil
Enseñar a tu hijo a tolerar la frustración no es cuestión de darle una pequeña charla ni de aplicar una técnica mágica. Es un proceso continuo, que requiere tiempo, presencia, empatía y coherencia por parte del adulto. El niño aprende de manera activa y pasiva.
A continuación te explico cómo acompañarlo en esos momentos difíciles en los que es clave no anular la emoción ni reforzar la impotencia
Asegúrate de que tu hijo sabe lo que está ocurriendo
Muchos niños se frustran y ni siquiera lo saben. Sienten esa explosión interna, que puede terminar en un desbordamiento, y no comprenden la molestia. Así, lo primero es ponerle nombre a esta emoción. «¿Estás frustrado porque no te ha salido a la primera?» verdad?».

Nombrar la emoción es clave, pero también lo es normalizarla. Es necesario que el niño sepa que ese sentimiento que le abruma no es malo, no es peligroso y no le hace peor persona. Debes explicarle, tantas veces como necesite y de todas las maneras que se te ocurran, que:
- La frustración es una emoción normal que sentimos todos cuando las cosas no salen como queremos.
- No es una señal de debilidad ni de fracaso. No significa que la persona no sirva, que no pueda o que esté haciendo todo mal. Simplemente, no tenemos el control de todas las cosas porque eso entraría en conflicto con lo que desean los demás.
- Sentirse frustrado no es malo. De hecho, puede ser útil, porque le está avisando de que quiere mejorar, hacerlo bien, lograr algo. No deja de ser una alerta para volver a intentarlo (depende del caso, claro).
- Lo más importante: puede aprender a gestionarla, poco a poco, sin necesidad de gritar, llorar sin consuelo o dejarlo todo tirado.
- Esa emoción pasará. Aunque ahora le parezca gigante, no se va a quedar así para siempre. Y si aprende a gestionar la frustración, le pasará menos a menudo; cada vez serán menos las cosas que lo dominen negativamente en ese aspecto.
Transmitirle todo esto de forma sencilla, con palabras que entienda y con un tono tranquilo le ayudará, poco a poco, a construir un a relación sana con sus emociones. Porque no se trata de que no se frustre nunca, sino de que sepa qué hacer cuando eso pase. Le estarás ayudando a identifica lo que siente, lo que le está pasando, con lo que le devuelves parte del control que cree haber perdido.
Cuando el niño comprende que no es “malo” por sentirse así, y que cuenta con un adulto que lo entiende y lo guía, la frustración deja de ser una amenaza y se convierte en una oport unidad de aprendizaje .
Valida la emoción, no minimices su malekstar
Tras «la teoría», te tocará, muchas veces, validar la emoción en tiempo real, justo cuando notes que tu hijo se frustra. Hablar de ello con una intencionalidad positiva hará que el peque no lo relacione con enfados, humillaciones y otros sentimientos negativos.
Debes elegir el enfoque y las palabras, intentando obviar los noes tanto como sea posible. «Entiendo que te moleste no poder al campo, a mí también me gusta, es agradable respirar el aire puro».
Acto seguido, podemos, si la situación es razonable, buscar una solución: «Lo que podemos hacer es sacar algo de tiempo… Pero sólo podremos ir si terminamos las tareas antes de las X».
Es importante no irnos al lado contrario: validar no es permitir toda reacción para que se sienta bien, es comprender y dar espacio a los sentimientos antes de comenzar a gestionar la situación. Se jugará si se cumple el planning diario, no se asegura sólo porque al niño se le mete en la cabeza.
Otro ejemplo sería el típico de ver un juguete en un escaparate y su correspondiente enfado por decirle que no lo vamos a comprar. «Seguro que es divertido, todos los juguetes lo son. Al volver a casa puedes jugar con tu favorito ¡y divertirte un buen rato!»
Enséñale a respirar o parar (técnica de la tortuga, por ejemplo)
Uno de los recursos para trabajar la frustración en niños pequeños es la técnica de la tortuga. Es visual, eficaz y fácil de entender. Ante una emoción que nos desborda, necesitamos parar antes de actuar para no hacerlo negativamente.
Le cuentas una historia en la que la tortuga (sería genial tener un peluche que lo representase, al menos, durante las primeras situaciones), cuando vive una emoción difícil, se mete en su caparazón el tiempo necesario para pensar y calmarse.

Sigue este paso a paso, sin obviar ninguno:
- Reconocer la frustración, con palabras. «Estoy enfadado», «Me frustra X».
- Detener el impulso. Debemos pausar la acción que rápidamente se nos pasa por la cabeza y relajar el cuerpo.
- Meterse en su caparazón. Lo conseguimos cerrando los ojos, haciéndonos una bolita, abrazándonos…
- Respirar profundamente las veces necesarias. Sería genial que el peque supiese respirar adecuadamente (inhalar por la nariz, mantener y exhalar por la boca).
- Salir del caparazón, despacito, cuando se sienta preparado, sin prisa.
Otras técnicas para enseñar a los niños a calmarse y tomar distancia
Aunque es muy recurrida, la técnica de la tortuga no siempre es eficaz, especialmente en nenes más mayores o si abusamos demasiado de ella. Pero, no te preocupes, hay un montón de recursos disponibles para que tu hijo se serene y recobre el control de sus emociones.
- Temporizadores visuales. Son muy útiles para que los pequeños aprendan el concepto de esperar antes de actuar. «Mientras cae la arena, la miramos y te calmas. Al acabar, hablamos«.
- Respiración guiada con juegos. El clásico de hacer pompas de jabón soplando es una maravilla. Alterna con otros como inflar la barriga como un globo mientras se la rozas para sentir cómo crece.
- Sonidos suaves. Haced una lista con pistas de canciones lentas, bonitas o, simplemente, de sonidos de la naturaleza. Para en seco y pulsar el Play ya hace que el niño sea un elemento activo a la hora de gestionar su frustración.
- Contacto directo. Ofrece algún objeto antiestrés, como la clásica pelota, slimes, cojines, etc. o bien recurrid, simplemente, a un abrazo fuerte capaz de hacerle descargar la tensión.
- Rincón de la calma. Ten en casa un espacio exclusivo para que el peque pueda ir allí cuando sienta que pierde el control. En él, tendrá aquellas cosas que le sirven de refugio (no es el típico castigo de rincón de pensar).
Enseñarle a parar no es simplemente decirle que se calme. Debes ofrecerle diferentes recursos adaptados a su desarrollo para que escoja con cuáles se siente cómodo, los interiorice y los pueda poner en práctica en esos momentos que le frustran.
Refuerza positivamente cuando gestiona bien una emoción difícil
No esperes a que todo se desborde. Cuando tu peque maneje una pequeña frustración, o parte de un conflicto que pueda escalar, felicítalo con sinceridad. «¿Qué bien que esta vez has esperado el turno sin enfadarte!¡Buen autocontrol!«.
No hay que hacerlo constantemente porque pierde el valor, pero sí cuando el niño empiece a manejar unos y otros problemas, cuando resuelva las cosas rápido o cuando sea capaz de lidiar con algo por primera vez.
El refuerzo positivo, presente en todos los aspectos de una educación infantil saludable, le ayuda a construir su autoestima al tiempo que deseará repetir las conductas para recibir los elogios de su consecuente mejora.
Usa cuentos, juegos simbólicos o role-play
Una buena historia permitirá al niño a ver lo que siente desde fuera, sin juicios. Hazte con algunos cuentos en los que el protagonista se frustre (por motivos diferentes) y encuentren soluciones que sigan vuestra línea educativa. También podéis crear vosotros mismos la historia, haciéndole partícipe de las decisiones; tienes a tu disposición muchísimos recursos para ayudar a tu hijo a tolerar la frustración.

Sé su ejemplo, ¿cómo gestionas tú tus propias frustraciones?
¿Te imaginas que un día tu hijo te sonroja corrigiendo tus propias actitudes con el discurso que le das pero no te aplicas? Les pasa a muchos padres, pues queremos educar a los niños con mejores valores que los nuestros pero, como ya hemos interiorizado ciertos hábitos negativos, a pesar de esforzarnos por enseñar el bien al peque, no somos capaces de actuar de la misma manera, no nos sale.
¿Nunca has escuchado la frase «Haz lo que diga, no lo que haga yo»? Pues no. Los niños aprenden mucho más de lo que hacemos que de lo que decimos.
Te va a tocar trabajar la paciencia para no perder el control a la primera, dejar de alzar la voz cuando algo no sale bien o seguir la bola de desgracias cuando tienen rabietas. Lo imitan, lo imitan todo.
Además de relajarnos al respecto, que sería ideal para nosotros mismos también, intenta expresar también tu frustración, con palabras, como le pides hacer a él. “Uff, me equivoqué en esto y me he enfadado un poco… Voy a respirar hondo y pensar cómo puedo solucionarlo.”
Ver que su referente adulto, que tiene problemas graves, se vale de las mismas herramientas hará que considere que son efectivas y las use, con gusto, además.
¿Qué cosas NO hacer ante un niño con el que trabajamos para ayudarle a tolerar la frustración?
.Al igual que tenemos buenos recursos para trabajar la frustración infantil, es importante no echar a perder el trabajo conseguido con actuaciones inadecuadas, que, te prometo, restan mucho a todo lo logrado
Minimizar la situación
“No es para tanto”. Los comentarios que hagas al respecto no tienen que enfocarse en anular la vivencia emocional a base de «no pasa nada». A veces nos sale solo, y no es para terminar con el tema sino para intentar consolarles restando importancia. Esta conducta es muy común, pero lo estamos haciendo mal.
Hay que mencionar la situación, sí, siendo neutrales y empáticos, y ofreciendo información valiosa («no pasa nada» no aporta al niño).
Gritar o castigar por frustrarse
El niño no está nada mal, ¿por qué iba a ser castigado de manera alguna? Eso por no hablar de que no es una conducta aceptable nada mí, pero, es que, ni siéndolo. Sentirse mal por no tener el control, aunque suena incorrecto para un adulto, es algo muy clásico, necesario y normal en niños.
Las emociones desbordadas no deben castigarse sino trabajarse para que no molesten a los demás ni nos dañen a nosotros mismos. Por ello es tan importante que aprendan qué hacer cuando se frustran.
Sin embargo, esto requiere de práctica, de muchas frustraciones hasta que el niño utilice y aproveche los recursos que hemos ido viendo; no podemos pretender que lo haga perfecto a la primera.
Ridiculizarlo
«Mira cómo se pone por una tontería”. «Con lo mayor que eres y te enfadas por eso». Son comentarios muy hirientes que creemos que servirán para que el niño no tenga esas conductas por vergüenza. No funciona. Y si funcionase, ¿crees que es bueno para su desarrollo emocional?
El niño no va a dejar de frustrarse para prevenir estas situaciones. Lo que hará, en todo caso, será ocultar lo que siente y sacarlo, junto con la ira que comienza a sentir por quien lo ridiculiza, con otros comportamientos que, ten por seguro, serán peores que una rabieta por frustración.
Resolverle todo al instante
Resolver los problemas seguramente sirva para que el peque se calle y deje de llorar, que es lo que queremos. Sin embargo, no es lo adecuado. Así, tu hijo nunca será resolutivo y creerá que no tiene que esforzarse para que las cosas salgan como él desea.

Esto se traduce en frustraciones mayores, desengaños, la formación de una autoimagen inválida, un niño excesivamente mimado… Debe saber, de base, que no todo sale bien. Cuando sea posible y razonable, podemos ofrecerle soluciones o incluso invitarle a que, con calma, sea él mismo quien diseñe soluciones o alternativas razonables.
¿A qué edad se puede enseñar a tolerar la frustración?
Desde los 2 años podemos comenzar con acciones simples, como esperar, calmarse e ir identificando las emociones.
A los 3–6 el niño puede, perfectamente, ir comprendiendo de manera más compleja, siempre que usemos recursos como los cuentos, establezcamos una rutina y aprenda y comprenda el concepto de autocontrol.
Desde los 6, un diálogo enriquecedor y bilateral, reflexiones y nuevas técnicas serán actuaciones que el peque puede realizar perfectamente y le ayudarán a pulir el trabajo de gestión emocional.
BONUS: ¿Y si el problema no está solo en el niño?
Uno de los aspectos que definen el estilo educativo permisivo -según la psicología del desarrollo y modelos como el de Baumrind- es precisamente una baja tolerancia a la frustración por parte de los niños. Esto ocurre porque, en hogares permisivos, se tiende a evitar el malestar infantil: se resuelve todo por ellos, se cede con frecuencia para no “provocar una rabieta”, y se minimizan los límites para mantener una paz aparente.
¿Qué ocurre entonces? Que el niño no entrena su frustración, simplemente, no se frustra, pues todo a su alrededor está siempre bien. Con el tiempo, cualquier contratiempo se convierte en una gran crisis emocional, por falta de costumbre y desconocimiento de estas situaciones.
Por eso, si sientes que tu hijo tiene una reacción desproporcionada ante la mínima dificultad, puede ser útil hacerte una pregunta clave: ¿Qué estilo educativo predomina en casa?
No se trata de culparse ni de hacer grandes revoluciones de un día para otro, sino de observar con honestidad y, si es necesario, introducir pequeños cambios en la forma de acompañarlo:
- Marcar límites claros sin autoritarismo. No se trata de ir al extremo contrario, al autoritarismo, pero el peque debe saber que no todo será como le venga mejor a él y que tiene que cumplir una serie de puntos, sencillos, pero necesarios para la convivencia.
- Dar autonomía progresiva, con los errores que ello implique (y su consecuente frustración).
- No evitar toda incomodidad: permitirle sentir y superar.
Educar no es proteger del malestar, sino enseñar a transitarlo. Y eso, más que cambiar a nuestro hijo, empieza por revisar cómo le estamos mostrando el mundo.
Preguntas frecuentes ayudar a gestionar la frustración
Finalmente, te dejo algunos otros aspectos que no quiero dejar sin comentar relacionados con las emociones en general, la frustración y el comportamiento del peque.

Que tu peque aprenda a tolerar la frustración no significa que no se frustre nunca sino que, cuando ocurra, entienda que se trata de una situación que es puntual, que no resulta negativa y que puede superarla con calma, esfuerzo y apoyo, desarrollando así herramientas para afrontar los retos de la vida con mayor seguridad